“Nosotros en cambio, luchamos con
entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados por
nosotros mismos. Esos fantasmas y vestigios son reales, al menos para nosotros.
Su realidad es de un orden sutil y atroz, porque es una realidad fantasmagórica.
Son intocables e invencibles, ya que no están fuera de nosotros, sino en
nosotros mismos. En la lucha que sostiene contra ellos nuestra voluntad de ser,
cuentan con un aliado secreto y poderoso: nuestro miedo a ser.”
– Octavio Paz
Parece la mañana de un domingo
cualquiera. La gente despierta de un profundo sueño y comienza sus actividades
cotidianas. Las señoras toman las bolsas del mandado y se dirigen al centro del
pueblo para comprar lo necesario para el almuerzo, mientras los comerciantes ya
han armado las estructuras de sus negocios para recibir a la clientela.
A simple vista todo luce normal,
sin embargo; el ambiente poco a poco empieza a moldearse debido al fenómeno que
se avecina.
En unas horas, el país entero se
paralizará y no es por una manifestación, tampoco se debe a un desastre natural
o a una jornada electoral para elegir presidente u otro cargo de elección
popular; se debe a otra circunstancia. Quisieras fingir que no sabes, pero
resulta imposible hacerlo, porque lo llevas impregnado a ti, y aunque lograses
ignorar lo que sucede alrededor, enseguida te darías cuenta que esa mañana no es
una mañana típica o común en el lugar donde habitas, pues la gente, desde los
más jóvenes hasta las personas adultas portan un atuendo diferente; una vestimenta
que al igual que en tiempos antiguos, estableciese el punto medio entre aztecas
y conquistadores.
De repente te ves inmerso dentro
de una plática dominical ya sea con tu vecino que ha salido a barrer su espacio
dentro de la calle en la que cohabitan, ya sea con tus amigos que anoche se
fueron de fiesta y ahora degustan unas ricas carnitas acompañadas de una
cerveza o un picoso consomé con el fin de engañar y adormecer a la cruda
mientras inicia la otra fiesta, ya sea con tus familiares que quisieran ocultar
el nerviosísimo y la ansiedad que provoca el mundillo futbolero en el que te
encuentras.
Es domingo, hay fútbol y juega tu
selección. La multitud y su clamor son las señales que advierten la cercanía de
un evento que atrae a ricos y pobres, a conocedores y a indoctos del deporte, a
hombres y mujeres, a niños y niñas. Después de almorzar y rellenar un poco el
vacío que han provocado los nervios en ti, enciendes el televisor y reunido con
tu familia das inicio a un ritual que llega cada cuatro años y que despierta
enormes sensaciones en tu persona y más aún en tu alrededor. Haces algunos
comentarios previos al encuentro, revisas la formación de ambos equipos y tal
como si fueras Herrera o Van Gaal, te atreves a formular tu propia alineación,
la que crees que ayudaría a ganar a tu equipo; sin embargo terminas aceptando
el once inicial y te dispones al momento que se viene.
No hay plazo que no se cumpla. El
momento ha llegado y no puedes hacer más que disfrutarlo.
Te pones de nuevo la casaca de
entrenador y pegas incontables gritos, como si el jugador que lleva la pelota
pudiese oírte a miles de kilómetros de distancia. Regañas, gritas, aplaudes,
apruebas o repruebas las jugadas, te hablas de tú con los jugadores, criticas
el actuar del colegiado, le chiflas, te levantas ante una jugada que promete,
pero gesticulas que no haya terminado como deseabas, ríes del nerviosísimo, se
siente la tensión pero terminas por liberarla con un tremendo suspirar; vuelves
a tomar aire y continuas con el ritual futbolero.
En un lapso de tiempo que
parece durar un segundo, te das cuenta que la cosa funciona y que si continuas
tu equipo puede dar más, reflexionas y adviertes en ti que ya no eres una
persona más dentro del aparato social, sino que ahora has tomado un papel importante
dentro del guión, que sin importar si te tachan de loco o de raro, tú debes
continuar con ese actuar, pues tu equipo necesita de ti, requiere de tu aliento
y de tu grito.
Llega el silbatazo que indica el
medio tiempo. Exhalas y tomas aire. Charlas sobre la primera mitad del
encuentro, platicas con las personas que se encuentran junto a ti y analizas
las posibles soluciones y estrategias que tu equipo debe adoptar para cuando dé
inicio el segundo tiempo.
Termina el tiempo de descanso y
al igual que los jugadores, regresas a tu posición para continuar alentando a
tu patriecita querida. De pronto, en un abrir y cerrar de ojos, un jugador con
la vestimenta azteca se cuela entre uno, luego entre dos y al final entre tres
holandeses que intentan derribarlo a toda costa y de pronto... como si se
hubiese detenido el tiempo, como si ese moderno gladiador fuera el único ser capaz
de moverse mientras tú y el resto del planeta fueran paralizados ante tal
momento, termina proyectando un trallazo imparable que el cancerbero naranja
intenta detener y no lo consigue; se reinicia la imagen y te encuentras
gritando de euforia, de emoción, de felicidad y no es un sentimiento en vano,
pues selección está haciendo algo histórico, está venciendo a una superpotencia
del fútbol, está exprimiendo el jugo de naranja que durante años nos han
vendido a un precio muy caro…tu selección, tus jugadores, tu país, tu gente y
tú están ganando.
Se sentía un ambiente que por
primera vez en casi tres décadas no se lograba conseguir, por primera vez en su
historia y en la de muchos más la cosa pintaba para dejar huella y poder
celebrar un clamoroso triunfo, seguido de un desbordante frenesí que conduciría
a una locura colectiva capaz de provocar en nuestro ser un crecimiento tal que pudiéramos
decir: “pónganos a cualquiera, que también lo superaremos”.
Sin embargo, en medio de toda esa
alegría, de esa suntuosidad, de ese júbilo, comenzaron a surgir sombras tanto
en la afición como en los jugadores; extrañas apariciones que murmuran y que
ríen a diestra nuestra, que se aferran a uno mismo y que nos impiden avanzar.
Los científicos dicen que el origen
del ego (eso que llamamos "yo") es la historia que hemos creado
inconscientemente para justificar nuestro modo de ser, y por ello estamos tan
apegados a lo que llamamos nuestro pasado. Tan cierto como dice Octavio Paz en
su obra “Laberinto de la Soledad”, el ser humano (y más en especifico, el
mexicano) tiende a almacenar dentro de sí a fantasmas, los cuales son vestigios
de realidades pasadas y que a pesar de ser espantosas en la mayoría de los casos,
amamos secretamente nuestro pasado y somos muy reacios a dejarlo atrás, ya que
es lo que sostiene nuestro ego. Es decir, estamos atados a un pasado que, la
mayoría de las veces, es sólo una invención para justificar nuestro temor al
cambio.
Nuestros fantasmas de este
domingo nos tomaron por sorpresa. Irrumpieron en nuestros corazones cuando “creíamos”
haber conseguido todo. Quizá el error más marcado del mexicano dentro de un
deporte como es el fútbol tiene que ver con el exceso de confianza, con la
soberbia y con la desatención y la falta de conservación de ese ímpetu que nos
anima a lograr lo inalcanzable.
Esos fantasmas tomaron el cuerpo
de nuestros jugadores y quizá de nuestra afición entera. A falta de unos
minutos para acceder a la siguiente fase, las malas decisiones y la inseguridad
debido quizá a una incredulidad ante el buen fútbol desplegado, terminaron por
sucumbir nuestros sueños, nuestras pasiones y dieron paso a que dos monstruos neerlandeses
dieran a la historia un giro de 360 grados y pusieran todo en nuestra contra en
un lapso de tan sólo
seis minutos.
Seis minutos bastaron para
doblegar a un México incapaz de detener las embestidas del rival, a un México
falto de contundencia en el segundo tiempo, carente de seguridad y engrandecido
tras una anotación temprana. Al final, cuando nos sentíamos en las nubes, por
medio de un cañonazo de Sneijder y un penal propiciado por la desconcentración
de la saga tricolor causaron que el sueño mundialista y el quinto partido fueran eso…un sueño y no una realidad.
¿Qué nos pasó? ¿Por qué sucedió
tal cosa? Esas y otras más serán las dudas inexorables que tendremos que cargar
durante un buen rato y por qué no, durante varios años.
Los demonios de nuestro pasado
terminaron por hundirnos una vez más. Y es que, son estos momentos en los que
finalmente debemos encaramos con nuestro pasado real para descubrir elementos
sorprendentes que nos ayuden a eliminar ese temor de seguir; puesto que de lo
contrario y tal como nos pasó hoy…nosotros no fuimos la víctima sino el
verdugo.
Debemos eliminarnlos de tajo,
porque ellos mismos han sido durante años y décadas los factores que han
decidido y que han condicionado nuestro presente y nuestra forma de pensar, de
ser y de actuar. Retomando lo que decía el Nobel de nuestro país “–
porque todo lo que es el mexicano actual, como se ha visto, puede reducirse a
esto: el mexicano no quiere o no se atreve…a ser él mismo –“.
Es un complejo de circunstancias
que han hecho que nuestra memoria ordinaria no nos proporcione una información
realista de lo que es nuestra vida; la persistencia de ciertas actitudes como
las hoy reflejadas en el terreno de juego y que también abarcan otros aspectos
y ámbitos de nuestras vidas, han terminado por conducirnos a un sufrimiento en
carne viva de lo que es nuestro presente, escondiendo nuestra verdadera
naturaleza y fundiéndonos en una materia y una historia típica que nos amarra a
un pasado tal, que en la mayoría de los casos, tiende a ser una ficción propia
que hemos inventado para justificar nuestro temor al cambio o bien nuestra
falta de iniciativa para provocarlo.
Esa es la historia que desafortunadamente nos hemos
construido. Todo es cuestión de tiempo y más que eso, de lograr un cambio en el
pensamiento y en el actuar…pues sólo eso impedirá que nosotros seamos el
problema de nosotros mismos, que terminemos con la imagen de verdugos de
nuestro destino y consigamos el papel protagónico que nos demanda nuestra
patria.
Ya es de tarde, el cielo no ha
dudado en descargar la lluvia sobre la ciudad. Pareciese como si la tierra,
nuestra tierra; hubiera sentido el golpe anímico de la derrota. Miras
al cielo, a la derecha y a la izquierda,
tratando de encontrar una respuesta que te ayude a comprender lo que acaba de
suceder, pero inútilmente lo logras.
Nuestro viaje
termina acá. No sabemos cuándo ni cómo volveremos, tampoco sabemos si estaremos
presentes o no para el siguiente torneo; pero lo que si queda claro es que
volvemos con una mínima esperanza, una pequeña flama que nos ordena y nos
impulsa a trabajar en equipo y con disciplina, que nos tiene que enseñar a
manejar y controlar las emociones y la confianza, a sentirnos seguros y a no
entregarnos a nuestro pasado…sino que por el contrario, vivir nuestro presente
sin dejar de tener miras y objetivos bien puestos a lograr nuestro futuro. Eso es
lo que nos queda por hacer. No hay más. Digerir la derrota y seguir adelante,
porque el mexicano también se distingue por eso y por mucho más.
Y para terminar, reitero las
palabras de Paz: “– la historia podrá esclarecer el origen de muchos de
nuestros fantasmas, pero no los disipará. Sólo nosotros podemos enfrentarnos a
ellos…nosotros somos los únicos que podemos contestar las preguntas que nos
hacen la realidad y nuestro propio ser –.”